Partimos desde Madrid hacia Toledo en una de las muchas excursiones que ofrece Civitatis y que salen a diario en bus —una opción se convierte en la excusa perfecta para entrar a la ciudad a pie y atravesando el antiguo puente que cruza el río Tajo—. Luego de organizar los grupos, el vehículo recorrió algunos rincones de Madrid antes de tomar la carretera que nos condujo hacia uno de los destinos más visitados de la región. Fue un día increíblemente diáfano, claro y brillante… y cada kilómetro recorrido nos acercó a la belleza de Toledo y a su historia.
Toledo, la ciudad de las tres culturas, tiene raíces celtas, luego Toletum, ciudad romana y capital de la Carpetania, más tarde capital del reino visigodo de Hispania y, dos siglos después, del rebelde Reino de Taifas, pero bajo el nombre Tolaitola. Alfonso VI fue quien la reconquista en 1085 y ese fue el inicio de una era de prosperidad y desarrollo basado en la buena convivencia entre sus distintas etnias y culturas. Este crecimiento alcanzaría su cenit en el siglo XVI cuando, bajo el reinado de Carlos V y hasta 1562, fue Ciudad Imperial.
Esta ciudad fortaleza, sin embargo, abre sus puertas de par en par al viajero: la principal es la Puerta de Bisagra, con su Ángel Custodio protector de la ciudad blandiendo espada, y luego están las puertas de Valmardón, del Sol, de Cambrón y de Alfonso VI. No importa el camino elegido para ingresar, una vez dentro, las calles nos conducirán hacia la impactante Catedral gótica, cuya construcción —iniciada en 1226— demandó casi tres siglos. Son incontables los tesoros artísticos que alberga en su interior: pinturas de Fra Angélico, Tiziano, Van Dyck, Caravaggio y Velázquez; esculturas de Pedro de Mena y Benvenuto Cellini; la Custodia de la Catedral, encargada al platero Enrique Arfe para realzar a la pequeña, labrada en oro en el siglo XV por un joyero catalán —según se dice, el oro llegó en el primer barco que regresó de América—; el Transparente de Narciso Tomé, grupo escultórico realizado en estilo churrigueresco; y tallas de Felipe de Borgoña, Ventura Rodríguez y Alonso de Berruguete, solo por mencionar algunas.
Un posible recorrido tiene como hilo conductor las obras de El Greco, quien inmortalizó a su querida Toledo en sus pinturas, reflejando en ellas la vida de la ciudad y los rostros de sus habitantes más ilustres además de los encargos religiosos. El Museo del Greco, ubicado en el barrio judío donde vivió el pintor, podría ser el punto de partida. Luego cada visitante puede elegir cómo continuar: ir hacia la Iglesia de Santo Tomé, que exhibe su obra más célebre, El entierro del conde de Orgaz, o dirigirse hacia el Museo de la Santa Cruz, el espacio del antiguo Hospital de Tavera o la iglesia de Santo Domingo el Antiguo.
Por esas calles que invitan a perderse, el viajero encontrará un sinnúmero de maravillas arquitectónicas procedentes de las tres culturas que determinaron la identidad de Toledo: la musulmana, la judía y la cristiana. Casas, palacios, ornamentos, jardines, artesanías en cerámica, cuero, madera o acero… a cada paso se respira la historia de Toledo. Las propuestas gastronómicas son otra forma de experimentar la ciudad, una cocina de sabores nobles y aristocráticos que despunta con sus propuestas de carnes de caza, por un lado, y las carcamusas, el cuchifrito o la tortilla a la magra, por otro. El queso manchego, puro de oveja, y el mazapán, postre de origen árabe, son los alimentos-souvenir que aguardan en las tiendas listos para irse en la valija de los paseantes.
Patricia Ortiz
Crédito fotográfico: Caminos Culturales