La presidente de la Fundación Internacional Jorge Luis Borges, María Kodama, dio inicio a la presentación del ciclo de documentales cedidos por el Centro Cultural e Informativo de la Embajada del Japón en la Argentina.
Como todos los primeros lunes de cada mes, en la sede de la fundación el público disfruta de un tema relacionado con la cultura del legendario país. En septiembre, las semejanzas y diferencias entre el teatro oriental y el occidental surgieron a partir de la función de cine y video sobre el Teatro Noh-Teatro Kabuki.
Horacio Marcó está a cargo de la prensa del Centro Cultural e Informativo de la Embajada de Japón y presentó al actor y director Rubén Ballester, quien luego de ver el primer video dijo que no hay registro sobre el teatro cantado. Cuando nació, en la antigua Grecia, era un coro que narraba una historia, mientras alguien la contaba. Esquilo dejó siete obras y fue el primero que se dio cuenta de que, al sacar a un intérprete del coro, lo transformaba en pueblo, en opinión. Más tarde, a Sófocles se le ocurrió sacar a dos y así los que narraban los episodios lo hacían con sonido. En el teatro Noh, aparece el protagonista con su máscara. “El teatro occidental se basa en la palabra”, afirmó luego de ver la escena en la que un guerrero le pregunta a un pescador por el camino más corto para llegar a la isla, ¡y este lo mata! Su madre deambula pidiendo por el cuerpo de su hijo desaparecido. “Me hizo acordar a las Madres de Plaza de Mayo; los elementos en la actuación son impactantes y sobre todo cuando la máscara sonríe y llora, aunque en realidad lo hace el trabajo del actor japonés”.
De la mano una vez más, Oriente y Occidente jugaron sus cartas en el arte de actuar: en el teatro Noh y Kabuki, la genialidad de los actores confirmaron la preparación que le dedican para hacerlo durante toda la vida. “No ensayan unos meses; viven para contar esta historia. Lo hacen desde niños. En la Argentina, muchas veces se ha intentado trabajarlo, pero no tenemos una tradición en este género. Quizá se descubre una manera de mostrar la estética, aunque está muy reglado y expresado en forma particular. En el filme vemos que siempre se repite la misma actuación, los movimientos son exactos. En cambio, el actor de Occidente puede cambiarlos en cada obra; es más, hasta se enriquece al agregarle nuevas cosas, pero en Japón siempre lo hacen con la misma belleza e intensidad”, continuó Ballester.
El teatro Kabuki comenzó años después que el Noh, a fines del siglo xvi, con bailarinas y cantantes que rendían culto a una sacerdotisa llamada Okumi. Estas danzas eran muy licenciosas y estaban ejecutadas por mujeres disfrazadas de hombres; los grupos eran impactantes y producían una gran motivación, por lo que se prohibió la actuación de estas señoritas para proteger la moralidad pública del alto erotismo. Tiempo después, fueron representadas por hombres, los onnagatas, que estudiaban la psicología y copiaban los movimientos y gestos de las actrices. Ballester agregó que no las imitaban solamente, sino que llegaban a otro estado. De esta manera, tuvieron romances con los samurai.
El magistral Kabuki está formado por tres ideogramas: Ka canto, Bu danza y Ki actuación. Nace de un tipo de teatro, el Bunraku, donde se narraban historias con muñecos manejados por un maestro a cara limpia y dos personas más con la cara tapada y que no se veían. Así, el Kabuki llegó a ser popular, tiene forma libre, es romántico, optimista: “El Noh venía de otro mundo y expresa el pasado; en cambio el Kabuki se basa en lo cotidiano, lo contemporáneo. Los atuendos muchas veces pesan más de veinticinco kilos y la destreza de los actores permite que se agiten con cada movimiento. Las caras pintadas y las expresiones detrás de las máscaras despiertan los sentidos: el color rojo representa a guerreros y los brazos, manos y cabeza expresan sentimientos”, dijo el director del Teatro Cervantes. En la Fundación Internacional Jorge Luis Borges, el golpe de un instrumento despertó la elegancia del Kabuki, una de las formas más originales del mundo teatral por acentuar el foco en el maquillaje más una exagerada expresión y coreografía cuyo dramatismo intenso no logra quebrar la sólida arquitectura teatral. Algunos de los temas de actuación de este género son las fiestas de rufianes, los ciudadanos, lo cotidiano.
Japón ofrece un teatro altamente sorpresivo que acerca al actor y al público y se remonta años atrás, en un mundo de entretenimiento, vida nocturna y coloridas marquesinas de comedias musicales, revistas y teatros. Los efectos en escena impresionan al público: las líneas rojas expresan justicia y las azules, la parte oscura de un personaje. El fondo es para las voces y lo visual, para admirar las caminatas contorsionando el cuerpo. En el final, llega el momento tenso a través de la soberbia interpretación.
Patricia Ortiz