“El Alberto” combina muy bien el hemisferio derecho y el izquierdo: dedica el 50% a gobernar y el otro a la cultura y a la creación. Destaca en todo momento la libertad y la justicia social, que dan poder y afianzan la democracia de los pueblos. El hombre que observa, analiza y piensa en el presente para proyectarse en el futuro, afirma que de todo laberinto se sale con un plan.
—¿Dónde nació Alberto Rodríguez Saá?
—Nací en San Luis el 21 de agosto del 1949. Mi niñez fue normal. Cursé mis estudios primarios y secundarios en una escuela tradicional de Coronel Pringles. A la noche iba a dos escuelas; dibujo técnico hasta 3er año, 4to y 5to año de maestro de dibujo. Aprendí mucho en este turno noche, porque conocí a gente que tenía otras necesidades y me contacté con otra problemática.
—¿En qué se destacaba?
—En la secundaria, como jugador de ajedrez: participaba con gente mayor que yo, y mi último torneo fue un campeonato abierto organizado en la ciudad. Recuerdo que era uno de los mejores de esa época, aunque no eran desafíos ni competencias en el orden nacional. Después viajé a Buenos Aires y cursé la carrera de abogacía en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires; eso fue en 1969. Egresé en 1974 y volví a San Luis. Ejercí y fui funcionario de la Justicia, pero cuando llegó el golpe militar renuncié porque había jurado por la Constitución Nacional.
—¿Qué cosas quería cambiar en su niñez?
—Quizás el condicionamiento que el carácter de una familia tradicional de clase media imponía en una época en la que se buscaba que los hijos estudiaran en la universidad.
—¿Entonces?
—Entonces, cuando iba a la escuela de arte o de ajedrez, me decían: “¡Muy bien!, ¡Muy bien! Pero… ¡A estudiar!” En ese momento los padres y la sociedad esperaban que siguiésemos las carreras tradicionales. Y así lo hice: ejercí mi profesión con mucha intensidad hasta que 1983 asumí como senador por la provincia de San Luis.
—¿Y hoy cómo se siente Alberto Rodríguez Saá como gobernador de la provincia mejor administrada del país?
—He aprendido mucho porque mi familia ha estado mucho en política: puedo decir que “de esto sé”. El haber asumido muy joven el cargo de senador nacional y compartir la banca con hombres de la talla de Humberto Martiarena, del peronista Vicente Saadi o del mismo Fernando de la Rúa me dio experiencia y aprendizaje. Por otra parte, el gobierno de mi hermano Adolfo me ofreció un horizonte político al que llegué sin problemas, y cuando me tocó el turno de asumir, lo hice con un gran conocimiento de las reglas: tengo muy en claro lo que se hizo bien y considero oportuno repetirlo.
—¿Cuáles son las reglas de oro de su administración?
—No tener deudas; tener un presupuesto equilibrado y armarlo de manera tal que el 50% vaya a gastos corrientes y el resto se distribuya en obras de infraestructura que tengan un gran alcance social. Luego viene la transparencia en la gestión y la lucha contra la corruptela, que debe ser permanente. Estos son los desafíos; si se cumplen estas reglas, ¡todo va bien!
—¿Es usted una persona que observa, analiza, piensa y luego toma una decisión?
—Me defino en la política como un estratega y, para lograr el objetivo, necesito desplegar información, observación, imaginación y conocimiento de la naturaleza de las cosas. Recién allí nacen el plan, la estrategia y la mirada al futuro, en el cual el verbo «realizar» es fundamental; es un juego de imaginación y de análisis con tiempos y espacios: el 50% se lo dedico a la política y el resto, a la cultura y al arte, que son fundamentales en mi vida.
—¿Cómo es un día “del Alberto»?
—Vivo en la montaña; allí, un día es más lindo que el otro. Vivo en una casa organizada y creada de acuerdo con mi gusto: cada árbol, cada camino, cada flor, cada piedra, cada color, cada lugar fueron pensados por mí. Soy como el hornero que habita su propia casa: un nido perfecto donde empiezo bien el día. Me cuesta mucho salir, y cuando lo hago, es para ir a la Casa de Gobierno, a la que concurro lo menos posible. Primero, porque aprendí que a los ministros se les debe respetar sus esferas de competencia y son ellos los que deben ejecutar y gestionar; yo debo controlar, delinear y delegar.
—¿Cuándo comenzó su pasión por la pintura?
—Pinté en mi adolescencia, pero eran trabajos pedidos por la propia escuela en forma programada e interesada. En 1990 visité la ciudad de New York y el gran Pérez Celis me invitó a recorrer el Soho, donde están los artistas. Caminamos durante largo rato y fue en ese día de domingo cuando recibí una clase de arte moderno. Me sentí guiado por él, que es un gran conocedor del arte y de la pintura, y logró entusiasmarme. Volví a Buenos Aires y luego a San Luis para instalar mi estudio. Así comencé y expuse en Miami, New York, Niza, Alemania, en Florencia; también expuse obras en Arte BA y también en San Juan y en Mendoza.
—¿Qué materiales utiliza?
—Hago expresionismo abstracto y trabajo con hierro y material de descarte no tradicional. Utilizo piedra, hierros, madera y poco cemento.
—¿A qué se debe?
—Soy autodidacta, y me justifico a mí mismo diciendo que el uso de estos materiales corresponde a una «arquitectura crítica».
—¿Cuál es su obra preferida?
—Los Peñitos indudablemente es mi obra, mi casa, mi parque… pero tengo otras
—Si hoy tuviese que pintar un cuadro de la Argentina, ¿cómo lo haría?
—Un cuadro triste. Ya he creado para la Argentina; las obras están en el despacho de mi hermano y son banderas. Fue una serie anterior a la crisis de 2001. Fíjese que hay banderas tristes que se mueven de una manera diferente. No es lo mismo escuchar un himno o ver una bandera al mismo tiempo que se escucha «Aurora» en determinado momento. Se pueden pintar banderas tristonas y otras optimistas.
—¿Le gusta anclarse en el pasado o prefiere la línea del futuro?
—El futuro me gusta más. El pasado, como anécdota relacionada con lo familiar, puede ser y me interesa porque ayuda, pero en la visión política prefiero otro horizonte. Al pasado lo estudian los jueces. Al presente y al futuro, lo miran los gobernantes.
—¿Y como ciudadano?
—La Argentina es tierra que da oportunidades, pero falta infraestructura y respeto a la diversidad. La falta de proyectos y planes para el futuro, en los que la inclusión social juegue un papel relevante, es lastimosa. ¡Veamos! Vamos a partir de una idea en la que Buenos Aires debería mirarse a sí misma y repensarse. La Argentina debería mirarse a sí misma y repensarse. Y así también el Mercosur y la región deberían mirarse y repensarse. Nadie lo hace. Los intelectuales están tratando de justificar su posición personal, pero no están mirándose a sí mismos. ¡Tomemos un tema importantísimo! El calentamiento global: no escuchamos a nadie que proponga el tema y sabemos que las inundaciones se producen con mayor frecuencia y que la estructura de napas está sobrepasada. Esto demuestra que no están pensando en la ciudad y, sobre todo, «repensándola». Si hubiese una explosión económica y un crecimiento de salarios, la gente compraría más y cambiaria el auto, ¿y qué pasaría en una ciudad como Buenos Aires? ¡Habría un gran colapso! Tenemos que pensar en una aceptación y adecuación de la globalización como fenómeno económico y también como crecimiento.
—¿Por qué cree usted que el gobierno nacional no mira a San Luis y re piensa sus políticas?
—El gobierno nacional, o las personalidades que lo integran, están en un cono de sombra. Si eligieran acercarse a San Luis, se produciría un gran contraste y esa luz marcaría una diferencia. En periodismo hoy se dice que se «ningunea». El ninguneo es una forma de discriminación: no se acepta al otro. San Luis es un modelo económico-social de administración y de federalismo que se puede o no seguir, pero que, sin duda, puede ayudar al país.
—Se conoce a San Luis como algo más que una provincia: “¡Es otro país!”, dice la gente. ¿Por qué piensa que no fue elegido presidente? ¿Hubo poco tiempo para hacer conocer su propuesta?
—El año pasado no hubo una competencia electoral seria. Las cartas estaban echadas y ya estaba elegido el presidente. Fue un mal en la Argentina que anhelo superemos. Habría que hacer una reforma para evitar el fraude, el escándalo, para lograr una buena gobernabilidad y transparencia. Fue una situación especial, quizás porque el peronismo no tenía candidato. De todos modos. nos pusimos como referente y lo intentamos, y ahora hemos quedado comprometidos para el 2011.
—¿Cuál es su compromiso?
—Tengo la obligación de presentarme como precandidato a presidente en el espacio político en el que participe. Si esto es así, me gustaría ser elegido en una interna, porque es bueno que haya debate, movilización, compañerismo y amigos nuevos. Esto favorece y fortalece a la democracia. Si hoy, si miramos alrededor vemos a los mismos ocupando cargos en un gobierno nuevo.
—Si fuese presidente, ¿qué haría con el campo?
—No hubiésemos llegado a este momento. ¡El campo necesita que le presten atención! Soy partidario de disminuir las retenciones: ya con eso no me hubiese sucedido este conflicto. Pero supongamos que hoy la presidente llama al diálogo y soluciona estas diferencias: sería una cuestión de matices y el problema no acaba allí. Para mí, la solución es crear un Ministerio del Campo. Hoy en día, el mundo demanda alimentos, el mundo crece económicamente y los países emergentes gastan y demandan más en un marco de aumento de la población, de dinero, de otras necesidades. Tenemos todo. ¡Qué fácil sería solucionar el conflicto con esta coyuntura nacional! ¿Pero que hace nuestro Gobierno? Dice: “No, ¡no vendemos!”. Nadie entiende esta torpeza. Los Kirchner nos hacen esto en un momento de oportunidad histórica y perjudican a una generación que quiere crecer. La Argentina soñó con este momento. Fíjese que los chicos que trabajan en el campo trabajan con computadoras porque las máquinas cosechadoras y las sembradoras están en la misma altura tecnológica que los autos modernos; están conectadas con satélites, saben cuántas semillas sembrar, dónde, cuándo ¡y es maravilloso que el campo trabaje en la era científico-tecnológica, que el mundo demande alimentos, que nosotros podamos ser la fábrica, que nos paguen lo que valemos y esperen aún más. ¿Y qué sucede? ¡Que nuestro propio Gobierno lo impide!
—¿Le gusta la palabra” poder”?
—El poder, cuando es mirado como forma de poder realizar sueños, es maravilloso. Cuando al poder se lo ve como forma de controlar voluntades o cultura, deja de ser mágico. Los valores de libertad, justicia e igualdad deben guiar al poder. Hablemos del poder de la economía, que es la que maneja la evolución de un país y la relación con los derechos humanos. Todas las generaciones van hacia el poder económico y los derechos humanos fueron creados para dirigir ese poder, para que genere seguridad. Ésa es la dirección que hay que ponerle a la economía. Yo miro hacia dónde va, enfoco, y allí donde hay participación de los derechos humanos que generen justicia social, es la dirección a la que apunto. Miro al poder y me proyecto porque así proyecto el respeto y el crecimiento, que es la mejor definición de poder.
—¿Cuál es el poder que les da a los jóvenes?
—En el sistema escolar participan los chicos como centro; son objeto de la educación que los marca. Pero, además de ser centro, son educandos y son la parte más débil del sistema. El docente tiene un rol importante, es quien tiene el conocimiento, pero se ha sindicalizado y parece que siempre tiene razón, y eso ha generado autoritarismo. Por otra parte, el Estado ha delegado el rol y los padres también. En Mendoza se está repensando lo siguiente: no se puede aplazar en el primer trimestre. Pero yo lo miro con otro interés y me pregunto: ¿Qué pasa allí con el nivel de educación? ¿Cómo podemos hacer para que el docente retroceda y analice que quizás, si trabaja en otra línea, el chico no será aplazado porque ese educando es su responsabilidad y el aplazo también? Esto me hace pensar que en el sistema el que tiene que marcar la dirección es el educando. Cuando decimos que en San Luis le daremos al chico una computadora con «wi fi» (corresponde al programa San Luis Digital), ese chico vuelve a la casa, en un pueblo que sabe que él tiene el poder del conocimiento y el comerciante o el empresario sabe que esta revolución informática los tiene como protagonistas a los educandos.
—Su provincia, ¿es una provincia segura?
—Puedo decir que tenemos la mejor seguridad de la Argentina, pero quisiera tener la mejor seguridad del mundo. En San Luis no existen crímenes horrorosos, el rapto a mano armada o el extorsivo. En centros alejados se puede dormir sin la llave en la puerta.
—¿Cómo contendría usted la problemática social de los chicos de la calle?
—Crearía planes de inclusión social como en San Luis, donde también incluimos a mujeres solteras o embarazadas; las mayores de 60 o los hombres mayores de 45 años son contenidos y hay jóvenes con carrera universitaria que se incluyen laboralmente. Producir un «shock» económico que posibilitara la creación del pleno empleo sería necesario en el país.
—Ante un hecho nuevo, ¿prefiere responder o reaccionar?
—Ante un hecho nuevo no respondo hasta no tener claro qué hacer. Si no tengo plan, no existo. De todo laberinto se sale con un plan.
—¿Dónde se ve en los próximos cinco años?
—Si el país sigue en este plano inclinado, lucharé por ser presidente. Hay gente que me ve en ese lugar y sé que puedo responder. Si el país está bien, es porque hay gente joven con nuevas energías e ideas y me gustaría gozar de esa gestión.
—¿Jóvenes y peronistas?
—Creo que hay un peronismo, un panperonismo y una cultura peronista. En Argentina no se puede gobernar si no se habla de justicia social, y esto lo inventó el peronismo. Hablo de un estado social con economía abierta. Nos hace falta subirnos a una nueva ola, entender los nuevos tiempos y, sobre todo, crear una revolución de los tiempos. Si esto sucede con los jóvenes, no me interesará participar tanto; pero si el plano se inclina más, me veo más cerca de Balcarce 50.
—¿Qué dejaría afuera del planeta Xillium que usted imaginó?
(“El Alberto” mueve sus ojos y parece que transmitiera este pensamiento con su mirada)
— Como bien dice, es un lugar imaginario que forma parte de mi mundo artístico. Afuera dejaría todo lo que pertenece a la inquisición que pretende el control sobre los hombres y la comprensión sobre la libertad. Como diría Jorge Luis Borges: «Inquisición y otras inquisiciones».
—¿Y qué guardaría adentro de Xillium?
—Libertad, justicia y convivencia. Cuando se da un sistema de convivencia en libertad, los países crecen: el arte sólo crece en libertad: ésta es la palabra.
Patricia Ortiz