Entrevista a María Rosa Iglesias, autora de “Jugarse en otra orilla”, un libro que relata la historia de muchos inmigrantes gallegos que cruzaron el mar dejando atrás su tierra para buscar un futuro promisorio en la Argentina. La autora le cuenta a Caminos Culturales cuál fue el proceso de creación de un texto, cuyos personajes totalmente ficcionales y construídos con retazos de personas o de situaciones reales, fueron observadas por una escritora que conmueve por la fuerza de las palabras y las descripciones que descubrimos en cada página. De este modo, conocemos que al abrir las valijas cargadas de sueños y esperanzas necesitaron voluntad, coraje y mucha constancia para construir cada pilar sobre el que fundaron su descendencia. “Jugarse en otra orilla” se presentará el próximo miércoles 19 de abril de 2023 en el Centro Galicia de Buenos Aires.
– ¿Qué tema aborda Jugarse en otra orilla?
Como dice el título, relata el “jugarse” de tantos inmigrantes gallegos, la mayoría humildes campesinos, que se atrevieron a cruzar el mar en busca de un futuro mejor y que no retornaron. Si bien Argentina ofrecía muchas oportunidades, la realidad seguía siendo dura y se necesitaba coraje y constancia. Constituyeron una generación bisagra, la que se privó para asegurar el progreso y el estudio de sus hijos argentinos. Las generaciones jóvenes, abrumadas por la actualidad del país y por no haber participado de las estrategias y disciplina de sus abuelos o bisabuelos, tienen una visión idealizada y facilista de sus logros y de la época que les tocó. Antes, como ahora, había injusticia social, sueldos miserables, malestar político, mafias, aporofobia y más.
– ¿De qué manera fue construyendo la historia que son relatos de arraigo y desarraigo?
Llegué a Buenos Aires a los cinco años y observé personas o situaciones que inspiraron algunos relatos. Si bien la mayoría emigró para progresar, es una torpeza reducir sus intereses a lo meramente económico. Plenos de pasiones, de ideales, de sentimientos complejos y humanos, llegaron con virtudes, defectos y también prejuicios. Estos campesinos debieron adaptarse al medio urbano, desconocido y también prejuicioso, lidiar con la nostalgia, con abusos y explotación. Varias ficciones refieren a personajes históricos. Para Gallego de mierda, aproveché el testimonio de uno de los hijos del protagonista. Para escribir La huella del soñador, consulté la bibliografía que refiere la trayectoria y el exilio del Dr. Gumersindo Sánchez Guisande y entrevisté a su hijo, el Dr. Wenceslao Sánchez de la Vega.
– ¿En qué se diferencia este texto dedicado a las migraciones, de otros que nos cuentan la vida de quienes llegaron de Galicia?
La mayoría de los textos describen la trayectoria visible de la persona llegó en tal año, trabajó en esto y lo otro, puso una fábrica, un comercio, hizo su casa, armó una familia. Pero mientras tanto, ¿qué le pasaba a ese hombre, a esa mujer por dentro, cómo resolvía sus dilemas, sus miedos, sus inseguridades, sus ilusiones? ¿Se sintió aceptado, incomprendido, realizado, frustrado, arrepentido o feliz de haber emigrado? Si alcanzó el éxito económico, ¿fue acompañado por el disfrute o sólo respondía a una compulsión, a un mandato de acumulación, a la necesidad de ahogar soledades y angustias? En el relato Un fortín centrado en la figura real de mi tío, Andrés Iglesias Raíces, no contesto estas preguntas, pero las planteo para que el lector reflexione. En Pobre y querido papá abordó el conflicto generacional, la dificultad para entenderse con hijos que hacen equilibrio entre los mandatos familiares y la pertenencia a una sociedad muy diferente a la de los padres. En Viento malo imagino a Máxima Lista, personaje histórico, ayudando a un joven Antonio Soto a huir de la muerte y recuperando, por un instante, el romanticismo de la juventud. En La huella del soñador conecto la epopeya del científico exiliado con las leyendas de su tierra. Todas estas ficciones abordan situaciones y problemáticas humanas muy alejadas del estereotipo, tan falso como simplón, del migrante que sólo valora ganar dinero o hacerse de bienes.
Los personajes totalmente ficcionales los construí con retazos de personas o de situaciones reales, algunas observadas muy de cerca por mí. Por tanto, todas las experiencias relatadas son verídicas.
– ¿Qué significó para usted escribir un capítulo tan emotivo como El Puente roto?
El primer relato en que hablé de mi emigración fue El lomo del mar que evoca la mañana en que embarqué con mi madre y hermano mayor. El puente roto es el segundo y es una larga confesión, aunque modifiqué algunos datos biográficos. Mi padre real murió viejo y nuestros vecinos no se parecían a los del relato, yo cursé la mitad de la carrera de Letras, tuve dos hijos, un comercio exitoso de librería y papelería y tardé cuarenta y un años en volver a Galicia. Pero todo lo demás, el clima anímico, el desencanto, la ira, la desesperación, la soledad fueron vivencias reales que corroboré en otros niños migrantes.
La protagonista intenta recuperarse de las pérdidas, del bullying que, en aquel tiempo y si bien se lo desaprobaba, era tolerado como un derecho de los que habían nacido en el país aunque, mayormente, lo practicaban los hijos de otros europeos. La protagonista necesita elaborar, sobre todo, su doble pertenencia. Parece fácil pero implica un duelo doloroso para un chico que, lógicamente por su edad, no pudo elegir emigrar. Pero la lógica no ayuda a elaborar emociones, se necesitan experiencias y afectos positivos. Y eso ya no depende del chico sino del entorno familiar y social. Este relato es el testimonio de emociones que me atravesaron durante la infancia y juventud. Retomo otros aspectos de esa intensa necesidad de hacer las paces con la emigración en El negro, en el Prólogo y en la carta a mi abuelo que constituye el Epílogo.
– Esta es una historia de dolores, de escasez, de llantos y de falta de afecto a causa del trabajo duro y rudo: ¿Qué recuerdos vienen a su mente de su niñez y adolescencia que marcaron el futuro de una mujer que atravesó muchas barreras para llegar a constituir una gran familia?
Recuerdos de pérdida y enojo. Al contrario de lo que la mayoría puede pensar, mis carencias no se dieron en Galicia sino en Buenos Aires. Porque mi familia era humilde, no mísera y me daba lo que cualquier niño necesita: alimento y cariño. Mis carencias se relacionan más con la pérdida irreparable de esos afectos. Al emigrar perdí casi todo lo que amaba: abuelos, primas y compañeras de juego, el paisaje mágico, el sentimiento de pertenencia a un territorio y a una cultura en igualdad de condiciones con los demás. Desde la óptica infantil que no es económica sino afectiva, me sentí estafada porque no había cambiado para mejor sino para peor. Encima percibí enseguida la burla a todo lo gayego y me invadió el enojo. Ningún chico elige irse de su mundo conocido y, si a ese sufrimiento se le añade la descalificación cultural, recibe un daño profundo en su autoestima, duda de sí mismo y hasta de sus padres; como es vulnerable, teme exponerse y se refugia en una acuciante rebeldía interior. Yo me rebelé contra la obligación de estar contenta por haber emigrado a un país “superior” y no entendía por qué el mío era “inferior”. Sin embargo, la enorme mayoría de la gente era cordial y respetuosa y yo, además, sentía enorme curiosidad por la nueva cultura. Seguramente me hubiera adaptado rápidamente, pero me indignaba la voz de fondo de la sociedad, ese bullying constante hacia los “atrasados” del campo (y que incluía, no lo olvidemos, a los nativos del interior); los “amarretes” que progresaban en base a frugalidad y esfuerzo y que ridiculizaba los gallegos con chistes muy injustos y crueles y que sobrevivieron hasta nuestros días. El niño no comprende el por qué de la burla y empieza a dudar de su valor y del valor de su cultura al mismo tiempo que la defiende desesperadamente porque lo constituye. Le esperan largos años de elaboración de una nueva identidad. Todavía hoy no entiendo el “orgullo” de ser argentino o español o lo que fuere. No entiendo por qué uno no puede ser valioso, cualquiera sea su lugar de nacimiento y su pertenencia étnica. Y ese cuestionamiento se lo debo a la emigración. Yo no estoy orgullosa de ser gallega: estoy feliz de ser gallega. El orgullo implica la descalificación del otro diferente mientras que la felicidad sólo confirma quién es uno.
Al evocar mi niñez y adolescencia evoco pérdidas: mi lugar en el mundo, gran parte de la audición y la normalidad de mi cara cuando, a los 14 años sufrí una parálisis facial. Mi mamá, que no quería emigrar, vivía ensimismada en el hogar y no facilitó mi socialización y autoconfianza. Ante el abismo, me negué a ser una perdedora y, como pude, armé metas tan ambiciosas como las que cualquier oyente. Al punto que, siendo hipoacúsica severa, me asocié para tener una empresa con intensa relación con el público. Ahí descubrí el mundo real, sus reglas, crueldades y bondades. Alcancé independencia económica, un aceptable nivel cultural y criar a mis hijos. Tengo la convicción de que, sin el ejemplo de mis padres, gallegos sobrios, inteligentes y tenaces, yo no hubiera logrado tantas metas. Y creo que el concepto de “entranjero” debe ser superado porque cada ser humano merece ser medido por sus méritos, no por el lugar de nacimiento.
– ¿Qué aportes realizaron sus hijos?
Este libro no habría sido escrito sin ellos. Ruy, que es historiador, me ayudó a integrar mi peripecia personal en el marco histórico de la epopeya colectiva de la segunda gran oleada migratoria gallega. Mónica, que es geógrafa, aportó su mirada social y una lectura crítica y aguda de mis relatos. Con ellos, pude ir resolviendo la gran problemática de los migrantes: la pertenencia a dos culturas, ya no como pérdida de identidad sino como ganancia de una nueva. Ruy y Mónica con su estímulo y complicidad, con el cariño por mis orígenes, me ayudaron a cumplir mis deseos de superarme. Esa armonía familiar fue un marco de libertad intelectual que me permitió disfrutar de la escritura.
– ¿Qué expectativas tiene de la presentación que realizará de este precioso libro?
Espero que lo lean los pocos inmigrantes gallegos que quedan en Argentina, porque se reconocerán en las vivencias y acontecimientos narrados. Pero mucho más espero que lo lean sus descendientes, los que se sienten desencantados con el país porque ya no es el paraíso imaginado y creen que el camino es irse a otros paraísos. Tienen derecho a hacerlo, pero sabiendo que siempre habrá pérdidas. Y para ello deben comprender la complejidad de las circunstancias vividas por sus abuelos que no llegaron con títulos universitarios, ni venían de medios urbanos y cosmopolitas, ni contaron con la tecnología que hoy acorta -¡y tanto!- las distancias.
– Agregue lo que considere María Rosa. Muchas gracias por brindarme esta posibilidad de entrevistarla.
Me sorprende la ignorancia de mucha gente acerca de lo que protagonizaron sus abuelos o bisabuelos. El esquematismo con que juzgan las vidas de quienes callaron mucho dolor y mucha soledad para no abrumar a sus descendientes. El patriotismo no debe construirse sobre la negación sino sobre el conocimiento de cómo se construyó la realidad que hoy tenemos que, en muchos aspectos, es mejor que la encontrada por ellos. Espero que Jugarse en otra orilla sea, además de un texto literario, una contribución a esta memoria.
Presentación de «Jugarse en otra orilla»
Fecha: Miércoles 19 de abril de 2023 a las 19.00
Lugar: Salón de Hostelería del Centro Galicia de Buenos Aires
Bartolomé Mitre 2552 | C1039AAP | Ciudad Autónoma de Buenos Aires | Argentina
Tel: +54 11 4951.9411 info@centrogalicia-bsas.org
Texto y producción: Patricia Ortiz
Excelente entrevista
Excelente entrevista
Este libro me toca de cerca porque yo al igual que maria rosa emigre decmuy pequeña, a los 3 años y conozco de primera mano esas vivencias o sinilares… g