Entrevista a Ricardo de Titto, historiador y autor de Yo, Sarmiento y una veintena de libros de historia americana quien recuerda a Domingo Faustino Sarmiento desde una de sus pasiones más intensas que lo impulsaron a la política, como medio de búsqueda del bien común. En el fondo Sarmiento hace un culto a la ética bienhechora, al concebir el mejoramiento de lo individual –su faz “liberal”– con el progreso de lo social –su sentido comunitario– que conjugan su “amor por la libertad”.
-¿Cómo homenajea al maestro sanjuanino?
En esta oportunidad se ha conjuntado su aniversario –que se celebra el 15 pero bien podría ser el 14– con los 170 años de la batalla de Caseros en la que Sarmiento participó desde las filas triunfadoras del llamado “Ejército Grande” lo que ha motivado una serie de homenajes. Entre ellos una muestra y ciclo de conferencias que reúne los esfuerzos del Museo Histórico Sarmiento ubicado en el barrio de Belgrano, con el Museo Histórico Nacional de San Telmo, el Museo Casa del Acuerdo de San Nicolás y el Palacio San José, la hermosa residencia de Urquiza en Entre Ríos. Al respecto se publicarán algunos trabajos de historiadores y críticos literarios en un Catálogo y, además, escribí también algunos artículos en la prensa, publicados en Clarín, La Gaceta de Tucumán y una saga de tres notas para el suplemento de La Nueva, de Bahía Blanca. Como es habitual, el 15 se conmemora la jornada en Palermo, al pie de la magnífica estatua a Sarmiento realizada por el gran escultor Auguste Rodin. Creo que es importante la conmemoración para recordar la obra de un conjunto de estadistas de la talla de Urquiza, Mitre, Alberdi y Sarmiento, aquellos que dieron forma al estado constitucional argentino.
-Usted se ha encargado de acercarnos diferentes facetas de la personalidad de Sarmiento; ¿hablamos de sus pasiones?
Con todo, gusto. Justamente una videoconferencia que daré para una institución sanjuanina el 15 será sobre ese tema (le adjunto el flyer que es elocuente porque está de por medio San Valentín). Pero permítame pensar el término pasión desde sus más amplias y diversas acepciones. Porque si por un lado la pasión se puede entender como un “sentimiento vehemente, capaz de dominar la voluntad y perturbar la razón, como el amor, el odio, los celos o la ira intensos”, según la Real Academia puede referirse especialmente a aquello manifestado en el deseo sexual, que por supuesto no es en nada ajeno al sanjuanino. A mí –que tuve el atrevimiento de tratar de meterme en su piel– me gusta abordar la pasión en Sarmiento como una multiplicidad de manifestaciones de su vida, tanto pública como privada o sea en esa emoción o sentimiento muy potente “hacia una persona, tema, idea u objeto”. Así, la pasión es una reacción intensa que engloba el entusiasmo o deseo por algo y, como resulta procedente, el término también se aplica a menudo a un vivo interés o admiración por una propuesta, causa o actividad.
– ¿Cuál es la pasión que guió a Sarmiento a lo largo de su existencia?
Yo diría que la política, como medio de búsqueda del bien común. En el fondo Sarmiento hace un culto a la ética bienhechora, a concebir el mejoramiento de lo individual –su faz “liberal”– con el progreso de lo social –su sentido comunitario– que conjugan su “amor por la libertad” –así lo define él mismo– con el progreso social bajo formas republicanas (y me permito recordar que res pública significa, justamente, cosa pública o esfera pública, en términos actuales). Esa duplicidad entre el ciudadano y la república nos explica casi todo su mundo y evolución ideológica que combina en un cóctel único el iluminismo vigente en Mayo, el romanticismo de los años 30, el socialismo utópico de mediados de siglo y el positivismo “progresista” que tomará forma definitiva con la Generación del 80 de la que es algo más que un precursor.
Y aquí me deslizo hacia su otra pasión que es la lucha por la verdad y, por consiguiente, su verdadera pasión por el conocimiento científico, por conocer las novedades tecnológicas, por la lectura de cuanto cayera en sus manos desde la filosofía, la política, el derecho y la historia a la literatura o el arte. En este campo podría decir que su pasión está llena de búsqueda, casi insaciable por cierto. Desde joven abrevó en la fisiocracia o el liberalismo para combatir el “jesuitismo” propio de la cultura hispánica heredera de la Colonia para aterrizar, ya anciano, estudiando y explicando las teorías de Darwin. Su pasión por el saber lo convirtió en un verdadero polímata y, desde mi punto de vista, en el único genio que dio la América latina. Pero, como ve, de algún modo volvemos a la moral. Porque esa búsqueda de la verdad tiene todo un matiz platónico– aristotélico: en el fondo él quiere ayudar a construir aquel “buen hombre” por el que clamó la cultura helénica.
-¿Qué rol jugaron las mujeres en su vida, comenzando por su madre?
En el plano más subjetivo, en la conformación de su personalidad, la contracción de doña Paula al trabajo empeñoso e industrioso fue para él toda una escuela, un modelo: amó y reverenció a su mamá casi con devoción, al punto que su nombre “Domingo” –su mamá estaba cerca de los dominicos–, lo adoptó de modo natural en toda su vida aunque no fue su nombre de inscripción.
-¿Qué modelo de padre tuvo Sarmiento y qué fortalezas desarrolló desde niño?
Convertido casi de niño en el “hombre de la casa” porque su padre aunque no fue ausente y se preocupó por su educación pero se desentendió bastante de las cuestiones domésticas y cotidianas, o sea del pan de cada día –se sumó a la guerra de la independencia y, además, era arriero, lo cual lo hacía un ocasional visitante de hogar– él se crió rodeado de mujeres: sus cuatro hermanas, que también fueron pilares en varios de sus proyectos. Sarmiento era muy individualista y siempre se guió según sus convicciones pero, a la vez, era un sentimental, por lo cual su “cable a tierra” más natural tenía un fuerte componente “familiero”. Creo que escuchaba y respetaba los consejos y opiniones de su madre.
-¿Quién fue su gran amor?
Hay quienes dicen que Sarmiento solo amó de verdad… a sí mismo, a ese personaje que se dio en la tarea de construir, esa especie de “héroe romántico” de la revolución que se propuso encarnar. Dejo eso a la voz experta de psicólogos que puedan discriminar sus patologías y conductas neuróticas que, por supuesto, las tuvo y no se preocupó tampoco por ocultarlas porque era una persona con escasos filtros. Aunque no intento disimular esos rasgos de egoísmo, individualismo y egotismo, yo no coincido con esa visión. En Estados Unidos se enamoró de su joven profesora de inglés de forma muy apasionada y, durante treinta años mantuvo una extraordinaria relación de pareja –poco ortodoxa para la época por cierto– con Aurelia Vélez. Creo que tuvo con ella un amor ajustado a su forma de ser: bello, creativo, independiente y respetuoso de las individualidades, Hay quienes ponen en duda que fueran en realidad una pareja en el más amplio sentido. Para mí es un hecho que fue su compañera, en la vida como un respaldo decisivo en la lucha política.
No debe olvidarse, en este orden, que su concepción sobre el matrimonio no era el clásico de la época, que, además, exhibió esa relación sin tapujos ni hipocresía incluso siendo presidente de la nación –lo que le valía la censura social porque ella era mucho menor que él–, que se divorció ante escribano público –aunque la figura legal no existía– y que reivindicó a la mujeres como casi nadie lo hizo en su época en particular en el mundo católico y de tradición hispánico– judío– arábiga, reclamando que “saliera de su condena al hogar y lo doméstico” para que cumpliera papeles sociales relevantes trabajando en “pequeñas industrias regionales” o postulándolas como las naturales maestras y profesoras –e incluso directivas docentes, como fue el caso pionero de su amiga y colaboradora Juana Manso– del desafío educativo que pregonó y corporizó en proyectos para todo el continente centro y sudamericano.
-Si la seducción formaba parte de su carácter: ¿por qué lo veíamos tan adusto y serio?
Porque la tradicional historia liberal intentó convertir a Sarmiento en un “educador” que amonestaba y disciplinaba a los alumnos en su modelo de escuela redentora –por la alfabetización y el progreso– pero, a la vez, reproductora del medio social, o sea “educastradora”, como se decía en la pedagogía de los años 60. Ese perfil de “maestro riguroso” se preocupó por evitar que conociéramos a un Sarmiento jocoso, divertido, entusiasta y, si se quiere –otra vez caigo en la psicología– algo infantil, por aquello de carecer de un “superyó” que observara críticamente a ese “Don Yo” rebelde, crítico y poco respetuoso de las normas morales vigentes. Su escasa “autocensura” era la vida que fluía en una personalidad avasallante y eso explicaría también algo que puede considerarse una presunción bastante certera: que fue un amante muy impulsivo y apasionado en el plano sexual.
La imagen del Sarmiento– educador, adusto y hasta “instructor” porque, en efecto, la escuela es una forma de orden e instrucción con rasgos similares a otras formaciones como la militar, fue ponerlo en un lugar que nos ocultara sus reales dimensiones de estadista, de extraordinario escritor –el más grande de habla hispana de su siglo según Unamuno, Darío y Borges– y de genio o polímata emprendedor, como gusta decirse ahora y suele repetir un amigo sanjuanino, Marcelo Fretes, a la sazón secretario de relaciones institucionales en el gobierno actual
-¿Qué me dice de la pasión por sus hijos?
¿Primero?: ambos, “chilenos”; ambos “bastardos”: Faustina, producto de una relación juvenil ocasional cuando fue maestro en Pocuro, Los Andes; Domiguito, “adoptado” luego de su regreso de un largo viaje y anotado originalmente como hijo del matrimonio de quien sería luego su esposa al enviudar, Benita Pastoriza de Castro y Calvo. La niña fue criada básicamente por su madre y sus hermanas y fue la persona de su mayor confianza y respaldo durante toda su vida. Con el muchacho profesó un amor extremo y, dentro de su intensa actividad y sus viajes, dedicó muchos esfuerzos. Pero, producto de su alejamiento con su madre y su relación con la joven Aurelia hubo desavenencias. Dominguito quedó más cerca de Benita y se produjeron fuertes choques entre padre e hijo. Su prematura muerte –desangrado en el campo de Curupaytí– en la Guerra contra el Paraguay significó para Sarmiento una pérdida muy dolorosa que lo marcó para siempre; apostaba mucho a él como futuro político con proyecciones dirigentes. Los restos de ambos descansan juntos en la Recoleta. (Dato curioso y al margen, su hijo… se llamó, al principio, “Fidel Castro”)
-¿Qué frase nos deja usted como gran escritor e investigador de la vida de Sarmiento para que lo recordemos en otro aniversario de su nacimiento? ¡¡Gracias!!
Han pasado ya más de ciento treinta años de su muerte y, simplemente, mi humilde consejo es que las nuevas generaciones lo lean. Descubrirán así a una personalidad fuera de serie, incomparable, inacabable, genial y, de paso, desterrarán esos mitos –lamentablemente repetidos en la escuela en los últimos años– que tratan de oscurecer su enorme figura con frases sueltas generalmente descomedidas y sacadas de contexto. Hay un “verdadero Sarmiento” que todavía falta conocer con todos sus riquísimos y variados matices. En eso estamos, desde distintos ángulos, muchos trabajadores de la cultura…
Patricia Ortiz
Crédito fotográfico: Ricardo de Titto
Que interesante ,profundizar en la histori